La clave para la oración efectiva es creer sin dudar que ya tienes el resultado deseado. No les hablamos a nuestras montañas con el fin de convencernos o construir nuestra fe. Les hablamos a nuestras montañas, porque sabemos que tienen que someterse a nosotros.

Es como si estuviéramos hablando de un perro desobediente. Si sabemos que como dueño del perro tenemos autoridad sobre el perro, usamos esa autoridad sin pensarlo dos veces. El perro conoce nuestra voz y nuestros gestos y conoce nuestra autoridad.

Si estamos hablando de un perro extraño, en realidad no podemos estar seguros de si va a escuchar nuestra reprensión o no. No tenemos la misma certeza y confianza. Hablamos con él con “la esperanza” de que responderá como deseamos. Pero hasta "ver" los resultados, no creemos. Estamos caminando por vista y no por fe. Sin embargo, con nuestro propio perro, ya sabemos los resultados incluso antes de hablar. Ese perro va a obedecer o sufrir las consecuencias. No hay duda.

De la misma manera es en la oración. Hacer declaraciones dirigidas a nuestros problemas o enfermedades antes de que estemos convencidos, rara vez produce algún efecto. La clave para la oración efectiva es conocer el resultado de antemano. Estamos tan convencidos de la voluntad de Dios, de nuestra autoridad en Cristo y del resultado espiritual y físico, que hablarle al problema es sólo la última pieza del rompecabezas; es poner en marcha lo que ya se aseguró en el Espíritu.

Por lo tanto, se debe pasar el tiempo necesario en la Palabra y la oración hasta que la certeza se manifieste en nuestro corazón. Cuando el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, entonces sabemos que nuestras palabras efectuarán cambios en los mundos invisibles y visibles. No hay una fórmula para esto.

Es el fruto de una relación con Dios a través de Su Palabra que nos lleva a un lugar de completa confianza, fe y autoridad a través de Jesús.