“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24)
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1)
La condenación de la que habla Pablo no viene de Dios, sino que es la propia condenación que proviene del fracaso. Él grita, "¡Miserable de mí!" Creo que todos estamos familiarizados con esa sensación de derrota en nuestra lucha por hacer lo correcto. Pablo estaba tratando de ganar la batalla contra el pecado en su mente. Él deseaba hacer lo correcto, pero se encontró haciendo lo mismo que odiaba.
Cuando limitamos la batalla a ‘mente versus carne’, todos vamos a terminar donde Pablo terminó, en la auto-condenación que grita: ‘¡Miserable de mí!’ pero ¡Gracias a Dios hay otra opción! ¡Podemos elegir vivir y andar por el Espíritu! Se nos ha redimido de la vida de la carne, el fracaso y la miseria.
Los que andan conforme al Espíritu son libres de la culpa y la auto-condenación que acompañan la batalla del hombre natural. Una vez nacidos de nuevo los cristianos son llenos del Espíritu de Dios y están equipados para vivir por el Espíritu, si así lo desean. Es por el Espíritu que podemos derrotar los deseos de la carne. No es más ‘la mente contra la carne’. Es el Espíritu sobre la carne.
“… mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:13-14)
Vivir por el Espíritu es una vida de paz, no de lucha. La carne es débil, pero el Espíritu de Dios en nosotros nos prepara para vivir por encima de las tentaciones y debilidades que una vez conocimos. E incluso si falláramos, no hay condenación. La culpa y el castigo de nuestros puntos débiles fueron puestos sobre Jesús en la cruz.
Si permaneces en el Espíritu serás libre de la culpa y la condenación. Si vuelves a la lucha contra la carne con tus propias fuerzas, el "síndrome del hombre miserable” volverá a presentarse.