En el capítulo 3 del evangelio de Juan encontramos una conversación importante entre Jesús y uno de los lideres religiosos de su época. El hombre, Nicodemo, manifestaba su interés en las señales que Jesús hacía y concluía que Dios estaba con El. Sin embargo, Jesús le contestó en una forma que ignoraba los pensamientos de Nicodemo y le dijo enfaticamente que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” La declaración que Jesús hizo es tan importante que realmente supera cualquier argumento o pensamiento religioso, y nos lleva a enfrentar el punto clave para cada persona que vive en el mundo. ¿Qué significa nacer de nuevo?
Nicodemo era un hombre educado en la religión de los judíos, un hombre que mostraba un interés genuino en las cosas de Dios y un hombre que arriesgaba su reputación al conversar con el “carpintero” de Nazaret. Por eso le buscaba de noche y de manera clandestina. Cualquiera que hubiera pensado en Nicodemo, habría concluido que era un hombre con su boleta al cielo ya cancelada. Era un hombre religioso, un maestro de la ley de Moisés y con una reputación impecable. Si uno podía confiar en sus méritos para ganar el favor de Dios, Nicodemo era tal hombre.
Pero Jesús no quedó impresionado con el currículim de Nicodemo. Dejando al lado la reputación del fariseo, Jesús le habló directamente de su gran necesidad. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). La forma en la cual Jesús le habló nos muestra claramente que El no estaba hablando solamente a Nicodemo, sino a cualquiera que quiere ver el reino de Dios.
El nuevo nacimiento es absolutamente el tema más importante en la vida. Es más importante que los temas políticos, económicos, religiosos o emocionales. Jesús está diciendo que para el hombre solamente existe una forma de ganar acceso al reino de Dios. No es por obras, méritos ni conocimiento o poder. Es solamente a través del nuevo nacimiento. En Juan capítulo 3 el Señor sigue explicando a Nicodemo que no estaba hablando de un nacimiento físico sino del nacimiento espiritual. Es el espíritu del hombre que se encuentra con necesidad. “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24).
En el mundo existen muchos que adoran a Dios “a su manera” o según los preceptos de su religión. Sin embargo, Jesús nos enseña que Dios solamente acepta a los que le adoran a “SU MANERA”, esto es, en ESPIRITU y en VERDAD. Por eso, el nuevo nacimiento es esencial. El espíritu del hombre no es capaz de adorar ni entender a Dios antes del nuevo nacimiento.
“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles (incrédulos), que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;” (Efesios 4:17-18)
Cada ser humano nace en la misma condición, alejado de la vida de Dios por el pecado desatado en el mundo a través de Adán y Eva. En esta condición “pecaminosa” el problema no es lo que hacemos, sino lo que somos. Tenemos una identidad que no nos permite tener comunión con Dios porque la luz no tiene comunión con las tinieblas. Pero Dios nos amó con un amor tan profundo que El se hizo hombre, se sacrificó a sí mismo por los pecados del mundo, y nos abrió la puerta de la reconciliación. Esto es el evangelio, las Buenas Nuevas.
“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados . . .” (2 Corintios 5:19)
¡Qué tremendo! ¡Dios no toma en cuenta a los hombres sus pecados! El pecado ahora no representa un obstáculo para el hombre. Dios dejó abierta la puerta y ahora depende del hombre si entra o no. Como dice Pablo:
“ . . . os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. (2 Corintios 5:20)
En otras palabras, Dios ya ha hecho su parte. Es el hombre que tiene que decidir si acepta o si rechaza la oferta que Dios le hizo.
El nuevo nacimiento representa la obra de Dios en el espíritu del hombre cuando este reconoce su condición pecaminosa y acepta el regalo de vida eterna a través de la sangre de Jesús y su resurrección de los muertos. Es el momento cuando un hombre o una mujer decide no vivir por sí mismo sino por Aquel que se entregó a sí mismo para salvar a todos los que creen. Es cuando la verdad del evangelio llega al corazón de uno y produce una fe y una certeza que declara, “Jesús es el Señor y viviré por El y para El el resto de mi vida.” Es el momento cuando tal declaración desata el poder del Espíritu Santo en el espíritu del hombre, transformándolo instantáneamente.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Una nueva criatura, una nueva creación y un nuevo nacimiento. Dios por el Espíritu comienza a vivir en el creyente y así comienza la transformación de su vida. No existe otra forma para entrar al reino de Dios. La religión no puede asegurar la salvación. El dinero no puede comprar la vida eterna. Las buenas obras no pueden anular tus pecados. Solamente Dios es capaz de perdonarte, reconciliarte y transformarte a través de la redención de Jesucristo. Es necesario nacer de nuevo. ¿Aceptarás el regalo de la vida eterna? ¿Estás dispuesto hacer Jesucristo el Señor de tu vida? Si nunca lo has hecho, hazlo ahora para que seas . . . “renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23)
Amado Padre, vengo a Ti en el Nombre de Jesús. Tu Palabra dice, “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:9-10) Creo en mi corazón que Jesucristo es el Hijo de Dios. Creo que fue resucitado de los muertos para mi justificación. Le confieso ahora como mi Señor y Salvador y yo acepto el perdón de mis pecados. Gracias por la vida eterna. Gracias por haberme nacido de nuevo. ¡Gracias que soy salvo!